El Refugio de la Lluvia
La lluvia caía tenue sobre la casa abandonada, un susurro constante que acompañaba el sueño profundo de Roberto. Acostado sobre una cama improvisada con viejos trapos, su cuerpo, vestido con una sencilla camisa, mostraba los signos de la fatiga y la desesperación. El clima gris y húmedo parecía reflejar su estado de ánimo, un reflejo de la oscuridad que lo envolvía. Roberto, un hombre serio y de pocas palabras, con una carrera profesional exitosa en el pasado, ahora se encontraba atrapado en una pesadilla de la que creía no tener escapatoria. Su motivación, evitar el dolor, lo había llevado a buscar refugio en esta casa abandonada, un lugar que se había convertido en su prisión.
Roberto se despertó sobresaltado por un sonido lejano, un gruñido que se acercaba lentamente, un sonido que conocía demasiado bien. Eran los zombis, criaturas de pesadilla que habían convertido el mundo en un campo de batalla. Roberto, con la experiencia de su pasado, sabía que la única forma de evitar el dolor era enfrentarse a la realidad, aunque fuera aterradora. Sin embargo, el agotamiento físico y emocional lo habían dejado sin fuerzas, sin esperanza.
De pronto, un nuevo sonido resonó en el silencio de la noche: el estruendo de disparos. Un grupo de soldados irrumpió en la casa abandonada, abriendo fuego contra la horda de zombis que se acercaba. La salvación llegó en forma de balas y explosiones, un torbellino de acción que interrumpió el silencio opresivo de la noche.
Los soldados, con sus uniformes militares y armas de fuego, eran la antítesis de la soledad y la desesperación que Roberto sentía. Eran un símbolo de esperanza, un rayo de luz en medio de la oscuridad. La secretaria de una pequeña empresa, que había formado parte del grupo de sobrevivientes, se acercó a Roberto, ofreciendo ayuda y comprensión. Su presencia, un gesto de solidaridad en medio del caos, le permitió a Roberto sentir un sentimiento de aceptación, un sentimiento que había estado ausente durante mucho tiempo.
La llegada de los soldados había cambiado todo. La casa abandonada, que había sido un símbolo de su desesperación, se convirtió en un punto de encuentro, un lugar de refugio. Juntos, los sobrevivientes y los soldados, se prepararon para un largo viaje hacia una ciudad segura, una ciudad donde la esperanza de un futuro mejor aún existía. El viaje fue largo y peligroso, pero la presencia de los demás, el sentimiento de pertenencia, les dio la fuerza para seguir adelante.
Finalmente, llegaron a su destino. La ciudad, aunque dañada, ofrecía un refugio seguro, un lugar para reconstruir sus vidas. Una celebración espontánea estalló entre los sobrevivientes, un momento de alegría y gratitud, un momento donde la aceptación y la esperanza triunfaban sobre el miedo y la desesperación. La lluvia había cesado, y el sol comenzaba a asomar entre las nubes, un símbolo del nuevo comienzo que se abría ante ellos.
