La Tormenta del Recuerdo

El sargento primero, Ramón, se relajaba en la pequeña habitación del cuartel. La lluvia caía con furia contra los ventanales, una tormenta que parecía reflejar la tormenta interior que lo había acompañado durante meses. Ramón, un hombre calmado y sereno, a pesar de su larga carrera militar, sentía una profunda inquietud. Su pasado, marcado por experiencias de voluntariado en zonas de conflicto, lo había preparado para la guerra, pero no para esto. Vestido con su uniforme, aunque desaliñado por el cansancio, se sentía agotado, pero su motivación, encontrar a su familia y salvarla, lo mantenía en pie.

 

El cuartel, normalmente un lugar de orden y disciplina, se había transformado en un refugio precario, un lugar donde la calma era solo un espejismo. La tormenta exterior parecía empeorar la situación, creando una atmósfera de tensión y miedo. Ramón, con su personalidad calmada, intentaba mantener la moral alta entre sus compañeros, pero la incertidumbre era palpable.

 

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio. Un ataque despiadado, un asalto brutal. Los zombis habían atacado el cuartel, irrumpiendo en el lugar con una ferocidad inusitada. El optimismo de Ramón se vio sacudido, pero la necesidad de proteger a sus compañeros, la responsabilidad que sentía como líder, lo impulsó a actuar.

 

La batalla fue feroz, un combate cuerpo a cuerpo contra criaturas sin alma, sin piedad. Ramón, con su experiencia militar, dirigió a sus hombres, coordinando sus movimientos con precisión y determinación. La lluvia, la tormenta, la oscuridad, se convirtieron en sus aliados, ocultando sus movimientos, creando un ambiente de caos que los zombis no esperaban.

 

Tras horas de lucha, la batalla llegó a su fin. Los zombis fueron derrotados, pero el cuartel quedó en ruinas. Ramón, con la satisfacción del deber cumplido, sentía una mezcla de alivio y tristeza. El optimismo que lo había guiado durante la batalla se desvaneció al recordar el motivo de su lucha: su familia. Con la victoria asegurada, Ramón tomó una decisión. Abandonaría el cuartel, a pesar del peligro, para ir en busca de sus seres queridos.

 

Con un corazón lleno de esperanza y determinación, Ramón se adentró en la noche tormentosa. La lluvia seguía cayendo, pero ya no era un símbolo de desesperación, sino un acompañamiento a su viaje, un viaje hacia la reunificación con su familia, un viaje hacia la reconstrucción de su vida. El optimismo, aunque golpeado, seguía latiendo en su corazón, impulsándolo hacia un futuro incierto, pero lleno de esperanza.

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